jueves, 17 de abril de 2008
El Naufrago
Mínimo es lo que llega a mi naufragio, pero tanta herida monótona hizo que emprendiera el viaje. El mar, el sabio mar, movía la barca y lentamente las aguas tendían a un nuevo camino, ya no eran las que me abandonaron alguna vez y, por el contrario, se tornaban nítidamente tiernas. El turbio amanecer trajo la neblina y detrás de ella una tierra que aun lejana dejaba entrever un paraíso. La marea aumentaba, el oleaje acariciaba la barca llevándola a un movimiento sideral. El muelle de madera, musgoso y añejo, surgía con el dulce atardecer, naranja y prisionero de la utopía más sutil y abrasadora. Cuando el escaso margen se desvanecía, la isla vibro con la fuerza sanguínea capaz de contener dos corazones y se volvió el mundo. Transformado el sueño en tacto de miel, asomo la cabeza desde el muelle: el final. La ultima gota de naufragio se dejó caer en tus brazos, abriste tu alma, abrigaste mi esperanza con tu sonrisa y me dejé caer, para naufragar de nuevo, para siempre, en tu nube.
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1 comentario:
"...El turbio amanecer trajo la neblina y detrás de ella una tierra que aun lejana dejaba entrever un paraíso."
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