miércoles, 8 de octubre de 2008

Aquella musa: cofre de las utopías (título en borrador)

Es perfecto, un atardecer que por la calle se acercaba como un sol bajo nosotros, un atardecer que gritaba la libertad sobre el corcho en un pequeño apunte de alguna cita. Así la música de conmemoraciones táctiles, de agitaciones sobre el gramado, de la rabia que se posaba en la chapita de cerveza nocturna, me llegaba desde un parlante impropio.
Pero estábamos recién saliendo de las casas respectivas, faltarían transeúntes, faltarían buses y embustes, pero la repetición nunca nos hartaría. Quebrado estaba en ropón de una vitrina, pensaba sobre lo efímero que de pronto era el mundo y no llegaba a saber que clase de vacío era el que tocaba después de uno muerto, pero me causaba horror, me causaba placer también saber que existía algo mas allá de la vida que me traía tanta intriga acumulada, tanto como el sabor y la fecha del próximo arroz con leche.
Una tarde, sin fértiles abrazos caí en el césped, humareda de vegetación, reviviendo en la mariposa naranja de bufanda una conversación con el alma de mi astro favorito. Como cinco años y un circo, como el andar al pie de la avenida, con los frenesíes del equilibrio y los charcos de agua. Al otro lado de ese recuerdo reposaba, entre la selva, un viaje de la mente, la predestinación de los rojizos, de los azulejos, de los cielo estrellado, de los cabaña de madera.
(seguira cuando me provoque)

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